miércoles, 18 de julio de 2007

Recuerdos de viaje (17)

CAPÍTULO 17: PARÍS-COSTA AZUL

Cruzamos la magnífica selva de Fontainebleu, donde se respira el frescor del follaje, aun iluminada por el sol del atardecer,que daba más lozanía a sus árboles corpulentos.
Emprendimos camimo hacia “Leus” arrancando así en la carretera nacional de “Paría ā la Côte d’Azur”. El paisaje de aquellas regiones es muy suave; por todas partes se extienden campos sembrados, como formando sobre la tierra, grandes cuadriláteros de diferentes dibujos. En aquellos aprajes los árboles de sombra abundan y uno se quedaría contemplando largo rato, esa naturaleza alegre, que se despliega a la vista y embellece al viajero.
Al anochecer llegamos a “Auxerres” para pasar lanoche y ya comenzábamos a sentir los rigores del frío que a uno lo sorprende en las horas avanzadas.
Al día siguiente emprendimos nuevamente el viaje, con cierta pena en el alma, pues pensábamos que era aquel paseo, el último recorrido a través del territorio francés. Nos bajamos en “Saulien” donde almorzamos en la viejísima posada del “Hotel de la Poste” que tanto nos había recomendado un amigo, sobre todo bajo el punto de vista gastronómico. En ese gentil “auberge” venían antiguamente las diligencias para cambiar sus caballos y dejar que sus pasajeros descansasen.
El paisaje que costea el Saona recuerda a veces aquel de la Champagne donde se ven por todas partes las lomas sembradas de viñedos.
Pasamos por “Villefranche-sur-Yorme” y llegamos a Lyon cuando nuestro reloj marcaba las 5 y media. Para mi gran extrañeza, a esa hora el día decae completamente y la noche avanza con rapidez para cubrir aquellas regiones. El color de los árboles se torna medio-oro, medio-rojizo; es el otoño de Francia que hace caer las hojas y acrecienta las corrientes. Los viñedos se mueren a causa de la helada y hemos oído decir por unos paisanos en el curso de nuestro camino, cuánta tristeza les trae estos vientos fríos, que los deja en la miseria y devasta sus hermosas campiñas.
Llegamos a la majestuosa ciudad de Lyon, atravesada por el Ródano, desde la cual sobre una cierta altura, se ve claramente la separación de las dos aguas de dos grandes ríos, el “Rliône” y el “Saône”.
Queríamos llegar antes del anochecer a “Marsella”, y aun nos faltaba un buen trecho. El tiempo se puso grisáceo comenzando a caer una pequeña llovizna que humedecía el cemento de la ruta. Esta humedad fue causa de un pequeño accidente que nos ocurrió, antes de llegar a “Orange”, cuando ya habíamos cruzado las ciudades de “Valence” y “Montélimar”. Si bien este contratiempo no fue grave, nos dio sin embargo, un grandísimo susto.
Mi hermana manejaba pacíficamente el coche que corría a 90 Km., cuando de pronto se nos presentó a lo lejos un enorme puente de piedra sobre el cual para el tren de “París-Menton”. Detrás de esa gran arcada, se halla un recodo brusco y pronunciado,, tras el cual yo imaginaba plácidamente sentada en el fondo del auto, siguiendo el cuadro triste de la naturaleza, sorprender otro aspecto del paisaje que parecía girar a nuestro alrededor, cada vez que dábamos vueltas en el camino.
La ruta estaba muy resbaladiza y al llegar abajo del “famoso” puente las ruedas del coche patinaron insensiblemente y, sin poder contener la dirección que ya no obedecía al volante, y que seguía su propio capricho, fuimos a chocar sobre la pared del puente! El golpe hizo volver el coche hacia atrás, pero dando una vuelta sobré sí mismo, como danzando sobre el cemento húmedo.
Sí, me acuerdo bien, gritamos todos; papá rompió el mapa que tenía entre las manos, mamá me agarró del pescuezo y yo de la manija de la puerta. Estábamos sucesivamente pálidos y rojos, cuando ya vimos seguros que el auto no se movería más, tomamos una pequeña dosis de “armaniac” un licor reconfortante que nos trajo a las mejillas los colores naturales! Felizmente no hubo grandes desastres: un guardabarros roto y el paragolpes torcido. Lo que aumentó nuestro susto, fue que al chocar veíamos llegar por el lado del recido un enorme camión, que si venía ligero, se encontraba con nosotros, y entonces, sí, le decíamos adiós a nuestra vida...!
Seguimos pues camino hasta Orange y nos quedamos en “Avignon” para reconfortar tanto nuestro apetito como nuestras emociones.
Con este tiempo fue imposible hacer la carrera con el “expreso” de París-Menton, que corre paralelamente a la ruta nacional, como lo hice el día anterior cuando brillaba el sol y soplaba una ligera brisa por los campos. Ese día el tren corría más o menos a 90 Km. por hora y yo que estaba al volante, me apresuré a ganarlo, apretando el acelerador hasta que marcase 100 Km.
En efecto, al recuperar su marcha lo dejé pronto atrás y a veces éste me alcanzaba y yo de nuevo me entusiasmaba con la velocidad hasta pasarlo, tentada de mirarlo para observar el rápido movimiento de sus ruedas de hierro.
Los espectadores de esta carrera, eran un grupo de soldados que miraban desde la ventanilla del tren, adivinando que la liviana Ford, quería a todo trance, ganar la marcha de la gruesa locomotora, chirriante y sonora.
Pasamos por “Aix-en-Provence” y antes que nos sorprendiera la noche, llegamos a Marsella, nuestra última etapa!
Casualmente, durante los últimos días que permanecimos en la ciudad provenzal, llegó al pueblo marsellés el crucero argentino “25 de Mayo”. Estábamos contentos de ver en Francia nuestros marinos porteños, y cuando apercibimos sobre la “Camebiēre” una gorra del “25 de Mayo”, nos acercamos para hablar un rato con esos argentinos, contentos de no verse tan extranjeros, y de poder conversar su lengua natal. En efecto, no entendían una sola palabra francesa. Nos contaron el recorrido de su viaje: habían salido de la capital para acostar en los puertos brasileños y el Dakar. Recién venían de Alicante donde habían ido a buscar 30 refugiados argentinos. Les dijimos que al cabo de tres dían nos embarcábamos para Buenos Aires y parecían envidiar muchísimo nuestra suerte, pues, según ellos, no había ciudad más hermosa y mas importante como nuestra capital. Yo también añoraba mi patria y con todo, deseaba volver a pisar su suelo...
Cuando nos dirigimos al día siguiente al puerto, para visitar el crucero, tuvimos la sorpresa de encontrar un guardia-marina, conocido nuestro, que hacía cinco años no veíamos! Tuve pena en reconocernos y a pesar de no poder ver al buque en aquellas horas, se prestó para acompañarnos y para mostrarnos el navío de guerra. De nuestro lado, nosotros lo acompañamos en Marsella y en sus hermosos alrededores.
Una tarde decidimos ir hasta “Cassis-sur-Mer” un lugar encantador, situado sobre una montaña árida y elevada, que domina el bello panorama del Mediterráneo, siempre azul en aquellas regiones templadas. Unos caminos de tierra suben a aquella colina, sobre la cual el aire más puro y suavísimo, nos trae los perfumes de las plantas meridionales. Al descender de aquel monte, fuimos hasta la playa “LesLecques” donde numerosos veraneantes viene para pescar y para juntar caracolitos al borde de la arena. Aquella playa me trajo los recuerdos de un pasado no muy lejano, cuando habitábamos para una temporada el hotel de “la Plage” y veníamos a jugar con la arena y a mojarnos los pies en el agua fría... Yo era entonces muy pequeña, pero el cuadro que nos ha sido familiar, trae a nuestra memoria una serie de hechos y hermosos recuerdos, cuando lo volvemos a contemplar.
Se acercaba ya la hora de nuestra partida y por última vez subimos hasta “Notre Dame de la Garde” la hermosa Virgen que guarda la ciudad y vela por los marinos. Le encomendamos nuestro viaje, prometiéndole volver pronto a su lado, cuando Ella lo decidiera.
Estábamos listos para irnos, ya embarcados sobre el vapor “Campana”. Conversando con nuestro amigo del 25 de Mayo, oímos las atrocidades que sucedían en España, siendo ellos los encargados de traer al suelo francés, los extranjeros que habitaban en España. Una pobre religiosa tuvo que disfrazarse de hombre para poder embarcar en aquel buque! Pero, otras cosas más que nos estuvieron contando no es nada, comparado a lo que nos refirieron los pasajeros españoles que, como nosotros estaban prontos para irse a la República Argentina.
El tiempo de la partida se acercaba. Saludamos a nuestros buenos amigos de Marsella, nuestros familiares, dándonos grandes abrazos de despedida. La campañilla del <> se hacía oír por la cubierta y la sirena comenzó a dar la señal de partida. El “Campana” retiró su ancla, y se fue alejando para nosotros, el gran puerto de Marsella, todo iluminado, y guardando las hermosas impresiones de nuestro viaje...
¡¡¡Adios Francia!!!
Teresa Lecroq, 1936.

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