miércoles, 18 de julio de 2007

Recuerdos de viaje (18)

CAPÍTULO XVIII: REGRESO A BUENOS AIRES

Nos fuimos alejando despacio de las costas españolas que ocupan toda la línea del horizonte, en aquellas horas tardías del día. Cuando la noche era ya densa apercibimos una luz lejana, que se apagaba y se iluminaba sucesivamente, a ratos largos o cortos. Aquello era un faro colocado en la entrada del peñón de Gibraltar, el cual, a la manera de telégrafo Morse, sus lucen indicaban letras o señalas. Supe después que a cada buque que pasa a lo largo de la costa, se le pregunta su nombre.
Al pasar el estrecho apercibimos la ciudad de “Tánger” la cual, de lejos, parecía un gran vapor que avanzaba en la obscuridad.
Nuestra vida a bordo era parecida al viaje de ida, donde aprovechábamos de los ratos apacibles del mar, para entregarnos a los juegos de la cubierta. Lo que sí, creo que no cabía en el barco una sola persona más. La mayoría de los pasajeros eran otros escapados de España, restos de familias, enlutadas y entristecidas por la pérdida de algún hijo o hermano. Viajaba a bordo el cónsul uruguayo en España, que acababa de presenciar la muerte de sus tres hermanas, perseguidas por los comunistas y acusadas de haber albergado a algunas religiosas en sus departamentos.
Cuando legamos a Montevideo, recién supe que llevaban sus restos, al desembarcar tres ataúdes en el muelle..
Otro señor andaluz, escapado como por milagro de la muerte, pues estuvieron a punto de fusilarlo, al hacer el “paseo” por la ciudad, venía también a buscar en Buenos Aires, un refugio para él y para su familia.
A pesar de todo, puedo decir que la alegría reinó en el barco, durante toda la travesía. Se hallaba a bordo el tenor F. Arregui y su esposa Estrella Ribera, que se prestaron gentilmente, para cantarnos algunas canciones españolas: “Te quiero”, “El trust de los tenorios” y otras piezas que ambos artistas interpretaban muy bien. Este fue el “número” más aplaudido durante las fiestas del pasaje de la línea, ilustrado también por las “chansons” de “Georges”, un cancionista de radio, y por las melancólicas interpretaciones de un señor rumano que acompañaba sus canciones con el piano.
El cine no nos faltaba, pero el único inconveniente de las cintas, es que eran de “avant-guerre” al juzgar por las modas femeninas y por el mutismo de los actores.
Nuestras diversiones eran múltiples: juegos de “croquet”, de cartas, carreras, bailes, juegos de salón, caminatas por el puente superior, “deak-tennis”, lectura; solo dejaba yo todo aquello para admirar ese inmenso mar, que nos envolvía con el ruido sordo de sus aguas. A veces se desplegaba luminoso y azul y a medida que el día declinaba se volvía más sereno, como la superficie de un lago. Los crepúsculos del mar don divinamente imponentes y bellos. Otras veces el mar balanceaba el buque con un movimiento monótono y yo detestaba aquellas horas que me traía el malestar del “mal del mar”...!
Estoy persuadida que cuando se viaja, tiene uno en ocasiones de ver cosas muy raras. El señor rumano que tan bien cantaba, poseía a bordo un singular aparato que yo, hasta que no lo vi con mis propios ojos, no quise creer que tenía la propiedad de hacer desaparecer los objetos, cualesquiera que fueran. Me hizo una demostración en su camarote, y yo cuando vi que me ponían delante un vaso, una jabonera o un monedero, y que desaparecían lentamente hasta quedar el vacío, me quedé pasmada, preguntándome si no tenía visiones. Este buen señor para complacerme, colocó un vaso, con vino, y al rato el líquido fue esfumándose poco a poco, como tomando la claridad de la transparencia, hasta quedar el vaso solo. Lo mismo hizo con una billetera: los mil francos desaparecieron y la billetera quedó bien visible. Estoy segura que todo esto debe ser el efecto de unos rayos, imperceptible a la vista del humano. Hacía 3 meses un modesto muchacho había inventado este aparato y el rumano le compró el secreto, para poder aplicar esta máquina en reclames, teatros y hasta nos preguntamos si un día no serviría para la guerra.
Otra cosa original que tenía un señor de 2ª clase, es un “circo de pulgas”; no es que las tenga amaestradas en su gran estuche, todo forrado de pieles, las ata solamente de un finísimo alambre y estos minúsculos animales van tirando toda clase de vehículos, aviones, autos, coches para bebés, cañoneras, que son tan pequeños como lo es la pulga. Estos instrumentos son verdaderas joyas, por ser tan minúsculos y tan bien hechos. A través de un microscopio se puede ver el hilo que une al insecto con los cochecitos que tiene que arrastrar. Además tiene una pelotita, bien minúscula con que juega y distrae a los espectadores. El propietario de este “circo” quiere instalarse en la “Costanera”, pero hasta hoy no he oído hablar de él.
Las escalas fueron las mismas que a la ida, pero por el hecho de haberlas visto muchas veces, vuelvo con gusto a encontrarme con ellas y a conocer mejor sus hermosos parajes...
Alfred de Vigny dijo: <> (<>)
El viaje tocó a su término y todo ya ha concluido; me parece haber vivido una película de cine que pasa rápida y hermosa. ¡Cuántas cosas bellas deleitaron mis ojos y emocionaron dulcemente mi alma! Cuando recuerdo aquel recorrido a través de Francia, pienso que el mejor placer es el de comunicarse con la naturaleza y de contemplar con los propios ojos aquellas bellezas que se leyeron y que uno deseaba ver algún día.
Todo quedó en mi mente como un hermoso sueño, y si bien todo está mal escrito y mal expresado, he tenido por lo menos la sensación de haberlo vivido y haber gozado de él.
Con un “adiós” concluyo mi diario y digo: “¡hasta el próximo viaje!” que será cuando Dios lo decida.
Teresa Lecroq.
Buenos Aires, 9 de Noviembre de 1.936.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡¡Gracias querida Teresa!!!
Por haberme permitido leer y pasar su diario de viajes, para que todos lo puedan leer. Es algo que no pueden perderse.
Un beso desde mi corazón.
Marta