martes, 17 de julio de 2007

Recuerdos de viaje (16)

CAPÍTULO 16: ADIOS A PARÍS

El cielo se mostraba hermoso y sereno cuando emprendimos un corto viaje hacia la Normandía, con el objeto de saludar a unos amigos que se hallan en “Le Havre”, y al paseo visitar aquellas regiones del norte de la provincia.
El viaje prosiguió muy bien hasta el pequeño pueblo de “Boos”. Al llegar casualmente cerca de la aldea de “Bourg-Baudoin” donde hace un mes habíamos hecho estallar las paredes de nuestro motor, se produce una nueva “panne”. El auto esta vez carecía de nafta, imposible, pues de avanzar un centímetro. Felizmente este contratiempo se arregló muy bien, pues llegó a pasar un enorme camión como se encuentran mucho sobre las rutas nacionales y el chauffeur hizo avisar al garagista del pueblo vecino. Está escrito que pasemos delante de “Bourg-Baudoin” nos tendremos que bajar...
Recorrimos la vieja ciudad de “Havre” que yo había visto por primera vez en las primeras etapas del viaje. Contemplamos su antiguo y enorme puerto donde acostan los buques de gran calado, y luego entramos en una pequeña iglesia desconocida, para orar a Santa Teresita, pues era aquel día del 3 de Octubre.
Nos dirigimos al fuerte de “Saint Adresse” donde se halla el “Pain de Sucre”, monumento elevado en memoria del General Conde de Hortfĕvre.
Bajando de aquella colina se ven los grandes puentes que atraviesan los canales de la ciudad, y desde aquel punto se divisan dos grandes playas del Atlántico Norte “Deauville” y “Honfleur”.
A la noche fuimos a cenar con nuestros amigos al restaurante de la “Grosse Tonne”, de típico estilo normando donde se servía una comida exquisita. Para no cambiar de programa después de la cena fuimos al cine, y al salir de él nos refugiamos en la “brasserie de Guillaume Tell”, pues afuera reinaba un frío intenso... Aun no empezaba el otoño y ya las provincias del Norte sufrían los rigores de las frías estaciones. No venían ansias de volver a contemplar el hermoso sol de “Mediodía”, allá en la luminosa Costa Azul, envuelta el la tibia atmósfera de su cielo.
Dejamos el gran pueblo y centro astillero de Francia para tomar la ruta de Saint Romaní, el pueblito natal de mis abuelitos. Volvimos a contemplar la casita donde mi padre pasó parte de su juventud y apercibimos el negocio “Vatel” otro lugar de infancia.
Después de rodar sobre el hermoso camino nacional, desde el cual veíamos extenderse las campiñas de la Normandía, sembradas en parte de manzanos y perales; llegamos a la chacra de uno amigo nuestro, muy limpia y confortable. En aquella rústica casita se fabrica la sidra, que es también la producción más importante en aquella provincia del Oeste; se cultivan las legumbres, las flores, y se crían las aves de corral.
¡Qué hermosa aquella chacrita perdida en el campo sembrado, y rodeada de un tapiz de flores! Nos alejamos de ella para correr nuevamente sobre la ancha calle reluciente, que conduce a “Runen”.
Al pasar por “Bolkecq” decidimos hacer una visita a unas primas lejanas que viven solas en una gran casa. Por primera vez hablaba yo con Elisabeth, Marguerite y Marie Louise, tres simpáticas muchachas de 30 a 35 años de edad. Tienen dos hermanas, una: Teresa, hermana de caridad, y la otra Cecilia, monja enclaustrada. Nos despedimos prometiéndonos ver dentro de dos años, y salimos para Rouen.
Bajamos en su grandiosa catedral, por segunda vez, sostenida de cada lado por la torre de “Beurre” y la torre de “Saint Romaní” y admiramos interiormente el magnífico mausoleo de los cardinales “d’Amboise”.
Nos dirigimos a la iglesia de Saint Ouen”, tan secular y hermosa como la catedral, para oír misa de 11,30 horas.
En la plaza de “du Vieux Marche” se eleva una estatua de Juana de Arco, atada sobre un tronco de piedra; en aquel sitio público la heroína fue quemada por los ingleses en 1431!
Subimos sobre una pequeña colina donde han construido la Basílica de Notre Dame du Secours” y desde aquel promontorio admiramos la ciudad de Rouen que encierra tantas bellezas y tantas reliquias y es también la patria de una de los más grandes dramaturgos: Pierre Corneille.
Tomamos el camino que bordea el Sena y pensé que el tiempo había sido bondadoso para con nosotros, pues los habitantes dicen que siempre llueve en “Rouen”.
De nuevo nos encontramos en la grandiosa capital que me pareció más animada. Y durante los pocos días que permanecimos allí, volvimos a continuar la vida agitada, tan propia de París.
Por las mañanas recorríamos las aristocráticas calles de “La Paix”, “Rívoli” y “Castiglionne” que ostentan las más lindas vidrieras de joyería, de artículos de lujo y de modas. Al recorrer esos centros se reconoce el París lujoso y original.
Al caer el día pudimos admirar las magníficas iluminaciones de la “place de la Concorde”, encuadrando el “Ministerio de Marina” y haciendo resaltar la fina silueta del Obelisco.
Al levantarme una mañana para ir a “Montmartre” el cielo estaba radiante. ¡Qué hermoso es París cuando hay sol! Visitamos el antiguo y bien típico barrio de Montmartre elevado sobre una pequeña colina que hace subir sus callejuelas, y comenzamos a subir la gran escalera que nos lleva a la Basílica del “Sagrado Corazón”, una iglesia nueva y bien situada. Al lado del “Sacré-Coeur” hay un viejísimo templo llamado “Saint Pierre de Montmartre” que data del Siglo XII! o más bien “databa” pues recientemente due reconstruido.
El último día que pasamos en París era el 12 de Octubre. Aquella fecha me transportaba a Buenos Aires. Era el Día de la Raza y el Aniversario del Congreso Eucarístico! ¡Qué fiestas aquellas que se recordaban! En París, en cambio, era un día de luto. Esa mañana enterraban al doctor Charcot que pereció con sus 32 compañeros a bordo del “Pourquoi-pas! y les rendían un gran homenaje en la isla de “Cité”. Me levanté temprano para poder llegar hasta allá y ver el desfile de tropas que acompañaban a los 33 féretros. En efecto, aquel triste espectáculo fue imponente y vi pasar la banda de músicos, el cuerpo de aviación, los marineros, militares, con sus divisiones de artillería, infantería y caballería.
A la tarde, ubicamos, no sin tristeza, las valijas y maletas en el baúl de la “Ford” y después de una calurosa despedida a los parientes y amigos, nos alejamos de la calle de “Passy” por última vez, arrancando en dirección a “Auxerre”.
A medida que cruzábamos la ciudad me iba despidiendo con pena del Louvre, del jardín “desTuileries”, del “Luxembourg” de la torre Eiffel, del Sena... en fin, de todas sus maravillas y encantos. En aquella ciudad tan atrayente, tan hermosa, tan llena de arte y de historia, admiré por última vez la espléndida perspectiva del arco del Triunfo, en el centro de la “Estrella” de París.
Teresa Lecroq, 1936.

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