martes, 17 de julio de 2007

Recuerdos de viaje (15)

CAPÍTULO 15: VIDA PARISIENSE

¡Con qué gusto me familiaricé nuevamente con su “Bois de Boulogne”, sus concurridos boulevares y sus parejes antiguos que me eran conocidos!
Mezclándonos, propiamente dicho, a la vida parisiense, nos ocupábamos también de su movimiento teatral que atrae con tanta insistencia a tanta gente.
Una tarde pues, fuimos al teatro y nos pusimos a presenciar una pieza de lo más original. Ésta tenía por título: “¿qui?” “(¿quién?). Digo que es original porque los mismos espectadores hacer de actores, cosa que solo se ve en París
Antes e presentar la renombrada pieza, el programa da una serie de prestidigitaciones demostradas por un renombrado fakir. Éste llama a escena, para una de las pruebas, a cualquier espectador. Yo miraba atentamente aquellas misteriosas operaciones del brujo, cuando oí en la sala un estrépito que me hizo sobresaltar. Entonces en aquel momento el adivinador cesa de trabajar porque uno de los espectadores ha caído herido sobre la escena. Se produce una agitación jamás vista en la sala, hablan por teléfono a la policía, el director del teatro viene para disculparse ante nosotros, y mientras tanto llegan los vigilantes que ordenan al público permanecer en sus asientos, sin salir, para poder detener al culpable. Yo no sabía si reír o espantarme ante este acontecimiento trágico que viene a interrumpir al prestidigitador; No sabía si todo esto era en broma o en serio... Suspenden luego la función y solo permiten al público bajar al “hall” a condición de no pasar la puerta, y para ello, dos severos agentes de policía, cuidan la entrada. El detective también llegó y un médico que ahí se encontraba, fue llamado, para atender al enfermo que ya había expirado! Avisan de la policía que el público está arrestado y ha de ser revisado y llevado a la comisaría. Pero en ese momento el fakir propone al inspector de hacer una experiencia con la “transmisión de pensamiento” y descubrir de esa manera al culpable, al asesino, que forzosamente se encuentra sobre los bancos, pues el tiro fue proyectado desde las butacas. Sin embargo sospechan de los ayudantes, del médico, del individuo que subió la prueba, y deducen que no puede ser y que el criminal se halla entre los espectadores.
El fakir hace revivir la escena del crimen, la joven que antes había hablado, vuelve a sentarse y a repetir las palabras mientras, en un silencio profundo se oye la voz del muerto... En aquel momento el médico se levanta de repente, y con una voz temblorosa niega todo aquello sacudiendo furiosamente sus miembros y... adelantándose él mismo de esta manera, el fakir ya descubrió al asesino y la representación vuelve a continuar.
Esta pieza es muy bien llevada por el genio original de los directores parisienses, y en realidad nosotros también tuvimos en “¿qui?” un papel bastante importante. Sin nosotros los espectadores, la pieza no se puede llevar a cabo...!
Aquella tarde lloviznaba imperceptiblemente sobre las calles de París, cuando nos dirigimos al “Bourget”, el campo de aviación más importante. Un avión se preparaba para emprender vuelo hacia Suiza, y llegamos a tiempo para verlo arrancar del suelo y elevarse suavemente por los aires, con su ensordecedor ruido de motor. Se fue alejando, pareciendo su silueta la de un inmenso pájaro que planea sobre la tierra.
¡Cuánto hubiera querido también, elevarme del suelo y recorrer durante varios instantes los espacios para contemplar el panorama de París y del Buorget, semejantes desde arriba a las maquetas de yeso que se colocan en las exposiciones! ¿Qué podíamos ver con aquella pared de neblina, en un avión? Solamente un valle de nubes livianas que nos impedirían ver nuestro panorama. Renunciando pues a este proyecto, emprendimos el camino de regreso.
Durante las semanas lluviosas en París, solucionábamos de pasar la tarde en los cines, que tan concurridos están allá. Creo que durante nuestra estadía en Francia, muy pocas fueron las noches en que nos dormimos temprano. También, calculando el poco tiempo que permaneceríamos en este país, tratábamos de aprovechar nuestras hermosas vacaciones con toda clase de distracciones; allá una de las principales es el cine y el teatro.
Una tarde que fuimos a pasear en auto al “Bois de Boulogne” nos sucedió, que no teniendo más agua en el motor de la “Pelirroja”, dio la casualidad que pasara a nuestro lado un auto con la chapa “Ciudad de Buenos Aires”. Sin saber qué hacer, allí parados en medio del bosque, uno de mis hermanos descendió del coche y fue corriendo detrás del automóvil que iba a paso lento, paseando la familia. Estas buenas personas se habían embarcado en la Argentina para ir a España, pero al declararse la guerra civil, no tuvieron más remedio que venir a Francia. Yo oía hablar con gusto el lenguaje porteño, pero sentía nostalgias al pensar que, cuando lo estuviera hablando, habría abandonado el hermoso suelo francés.
Las tardes el París fueron agradables, algunas veces caminábamos desde el hotel “Regina” hasta la “Torre Eiffel”, observando a nuestro paso las construcciones para la grandiosa Exposición Internacional que se prepara. Otras veces íbamos a visitar el “Concours Lépine” donde se exponen las nuevas invenciones en materia de instrumentos domésticos. Pudimos conocer algunas muy ingeniosas.
La visita al “Museo Grevin” fue de lo más interesante. Se ve en él una multitud de personajes célebres reproducidos en cera, tales como el presidente Lebrun, Mussolini, Stalin, Hitler, Larroque, algunos artistas como la G. Garho, Marlene Dietrich, Charles Boyer, Ramón Novarro, etc. Han reproducido igualmente escenas de la Revolución Francesa, de la Pasión de Cristo, de Santa Juana de Arco, de la Prisión de Luís XVI, de los mártires romanos, etc.
Esa noche teníamos que acostarnos temprano para partir a las 7 horas hacia “Châteaudun”, donde se halla, como ya dije, la tumba de mi abuelito paterno.
El tiempo estaba lluvioso. Salimos de París por la “Puerta de Versailles”, cruzamos Rambouillet, Chartres, las suaves campiñas de aquella región humedecidas por la lluvia e impregnadas de un triste grisáceo. La ruta era bastante derecha y resbaladiza. Hacia mediodía llegamos a “Châteaudun” dirigiéndonos al cementerio de aquel pueblito, para depositar unas flores sobre la tumba de Luís Oscar Lecroq, y como la otra vez, volvimos a penetrar, en la vasta iglesia de la Madeleine, tan fría y obscura como antes.
Al regreso pasamos por Saint Jean y al cruzar Versailles, admiramos exteriormente la esplendorosa y magnífica fachada del castillo, la obra capital del reino de Luís XIV! ¡Cuánto deseo ver interiormente su deslumbrante galería de los espejos, sas salas de la “guerra” y de la “paz”, su plaza de “mármol” y pasearme en sus encantadores jardines! Si no pude hacerlo, no pierdo las esperanzas de hacerlo en el próximo viaje...!
Teresa Lecroq, 1936.

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