domingo, 15 de julio de 2007

Recuerdos de viaje (14)


CAPÍTULO 14: LORENA SANGRIENTA Y EL CHAMPAGNE INDUSTRIAL

Por un espléndido camino nos dirigimos a “Nancy” pasando por “Baccarat” y “Lunéville”, dos grandes centros de cristalerías.
Entramos en la gran plaza “Stanislas” de Nancy, según dicen la más hermosa del mundo, no por lo que contiene, pues no hay en ella ni parque ni jardín, ni flores, solo tiene un gran pedestal sobre el cual se eleva la estatua del rey polaco. Es la más linda a causa de las seis grandes puertas de hierro dorado que han levantado desde 6 puntos distintos siguiendo la línea de casas viejas y enormes construidas a su alrededor y como encerrado en aquel centro que han consagrado al Rey Stanislas.
“Nancy” es menos interesante que “Stasburg”, pero por momentos uno se creería en París al mirar sus anchas avenidas bordeadas de árboles. Caminamos un buen rato en el hermoso jardín de la “Pepinierè” vasto y arraglado con gusto. Nos encontramos con la “Puerta” de Nancy construida en el año 1.300!
Después de recorrer sus antiguas calles llenas de monumentos viejos e históricos, decidimos salir para “Verdun”.
Al lado de la coqueta posada del “Cog Ardí” donde habíamos bajado, se eleva un monumento funerario, levantados en memoria de los caídos en la guerra de 1.914. Esta ciudad está aun impregnada de los recuerdos más dolorosos de la última guerra y a sus alrededores se ven por todas partes vestigios de sus batallas; solamente al pronunciar el nombre de esa ciudad, acuden a mi mente la serie de acontecimientos trágicos que llenaron la historia de hechos terribles.
Decidimos emplear la tarde en visitar los fuertes, los campos de batalla y los elementos militares de aquella región, sacudido sin tregua durante el período de la invasión alemana. Comenzamos la “tournée des foros” visitando el de “Meaux”, que nadie ha tocado, desde que terminó la guerra. Un guía nos introdujo en el interior de aquellas galerías subterráneas, construidas por los franceses, donde las paredes húmedas cierran corredores estrechos, donde la luz del día no penetra y el aire se enrarece.
Entramos en un cuarto vacío y frío, hecho para 50 o 60 soldados, pero ocupado durante la guerra por 600 hombres. A estos dormitorios les han dado el nombre de “casmas”. El aumento de este batallón hizo que se produjera una de las más terribles catástrofes: la de la falta de agua. Fue por esta causa que el fuerte de Meaux se perdió en parte, y por lo tanto recuperado por los alemanes. Siguen a este cuarto una capilla, más lejos el cuarto del general que comandaba la división y aun quedan algunas “casmas” tan reducidas como la primera. En ese lugar obscuro, habían sufrido los soldados, las terribles angustias del momento, allí habían padecido hambre, sed, los tormentos de la espera y allí morían mientras oían arriba el ruido de las balas y el estruendo del cañón.
Algo impresionados por la visita a este antiguo cuartel subterráneo, armado para defender el suelo francés, nos dirijamos a un lugar más triste: a la “tranchée des baïonnettes”.
Exteriormente presenta la forma de una galería cubierta por un techo de piedra. >Bajo esa bóveda los soldados franceses habían construido una trinchera y al estallar un obús que los alemanes habían tirado encima, todos los hombres que se encontraban en el foso con sus bayonetas sobre el hombro fueron enterrados vivos por la tierra que se levantó bruscamente y que cayó sobre ellos instantáneamente. Sobre aquella tierra que aun permanece intacta se ven salir a flor de tierra las puntas de los fusiles enmohecidas por el tiempo. Sobre sus cañones penden rosarios viejos que tienen color terroso y que van pudriéndose por la humedad, que seguramente unas viudas desconsoladas han depositado apenas levantaron el monumento funerario.
Después de contemplar este singular cementerio, salimos para visitar el “Ossuaire”. Consiste en un grandioso edificio moderno, alzado en medio de los campos heridos, que extiende sus dos grandes brazos de piedra, para proteger a los muertos, y guardar religiosamente sus restos.
Ante la inmensa fachada del Ossuaire, donde han depositado osamentas de cuerpos encontrados dispersos en la tierra, se halla una inmensa extensión de cruces blancas que cubren aquel suelo como si fuera un campo de espigas extendiéndose hasta perderse de vista.
Confundiéndose con el enorme grupo de cruces, se divisan unas tablas blancas, plantadas verticalmente: son las tumbas de los soldados musulmanes. Aquel enorme cementerio que rodea el Ossuaire donde reinaba un profundo y triste silencio, hacía pensar en las terribles escenas de la guerra que vino a sembrar de luto estos lugares y a cubrirlos de cruces debajo de las cuales yacen los cadáveres gloriosos, muchos desconocidos, no habiendo podido ser identificados.
Siguiendo el camino que nos muestra las regiones invadidas, pasamos por el célebre “ravin de la mort”, una inmensa trinchera que los soldados surcaron detrás de un pequeño monte; la ruta rodea el foso donde tantos franceses no pudieron escapar de la muerte! El terreno de esos lugares es irregular y está sembrado por todas partes de hoyos, producidos por los obuses al tocar éstos el suelo. Al pasar veíamos unos troncos viejos, quemados, cuyas siluetas retorcidas parecían yacer allí y excitar el dolor de los que pasan, allí donde la naturaleza fue violada por las luchas sangrientas que tuvieron la Lorena por teatro. No tardamos en apercibir también los alambres de separación enredados y torcidos, arrancados violentamente del suelo, donde los hilos de comunicación fueron cortados y que ahora se arrastran, mudos de dolor y llorando sobre la tierra que embebió tanta sangre.
Llegamos al “foro de Duaumont”, más importante que el anterior y construido a 7 u 8 metros bajo tierra. Éste es más vasto, más ancho, pero tan húmedo y lúgubre como el fuerte de Veaux.
De tiempo en tiempo apercibíamos algunas “canteras”, montañas donde habían extraído grandes bosque de tierra para construir los fuertes y trincheras.
Sobre la ruta tropezamos con un pequeño monumento, al pie del cual habían depositado algunas piedras. Este monumento indica que en ese lugar existió el pequeño pueblo de “Fleury” del cual solo quedan algunas piedrezuelas. Y así andando, veíamos por doquier los recuerdos vivos de la gran guerra de 1.914 que sacudió terriblemente las provincias del Este.
Volvimos a Verdun pasando por los pueblitos de “Bras” y “Belleville” que fueron totalmente reconstruidos el 1.918; desde aquella ciudad tomamos la ruta en dirección a Reims. El camino es recto encuadrado por un paisaje llano, verdoso, y formado por unas lomas suaves que se pierden insensiblemente, dejando a la ruta su monotonía habitual.
Unos 11 Km. antes de llegar a Reims nos paramos en el fuerte de “Pompelle” el más sacudido y más peligroso. Aun se ven sobre la capa verdosa que lo recubre y que lo disimula, la marca profunda de los obuses, que dejaron por todas partes grandes huellas y se aperciben en él algunos agujeros, hechos para brindar aire a los soldados encerrados. Una profusión de alambrados lo circundan también, todos destruidos y violados.
Al anochecer llegamos a la gran ciudad de “Champagne”, y recorrimos sus anchas calles iluminadas, mientras el movimiento nos distraía de aquellos recuerdos funestos dispersados en los campos de la Lorena.
Antes de recorrer la ciudad para curiosear sus monumentos, nos dirigimos hacia los establecimientos “Pommery-Greno” para visitar sus renombrados sótanos donde se elabora el riquísimo vino que engendra el enorme comercio de “Reims”.
Bajo todo punto de vista esta inspección fue interesante. Nuestros amigos, el señor Calvet y Podestá, grandes directores de casas de vinos, nos habían recomendado de visitar aquellas famosas bodegas donde tantos hombres trabajaban en las producciones vinícolas; y así fue que al nombrarlos, uno de los directores de la fábrica “Pommery”, nos recibió muy amablemente tributándonos una simpática acogida. Este buen señor, a medida que cruzábamos las vastas salas del establecimiento, nos explicaba la evolución de la elaboración del vino.
Antes de demostrarnos la transformación del jugo de la uva, que también se cultiva en la tierra de “Champagne”, insistió en mostrarnos la instalación de ese edificio.
Bajamos a las profundidades de los sótanos, donde se extienden galerías larguísimas y frías, de 18 Km. de longitud y al pisar el suelo, estábamos a 35 metros bajo tierra. Es una verdadera ciudad interior; cada corredor tiene su nombre, como si fueran anchas calles de un pueblo. La primera que apercibimos al entrar fue la calle “Buenos Aires...” (como nuestro amigo era el guía, supongo que fue una gentileza de él).
Lo más curioso es que aquellas galerías subterráneas no fueron especialmente construidas para las bodegas, sino que la naturaleza se encargó de formar esos terrenos con capas calcáreas, y no hubo más que escarbar la tierra para que se formaran en seguida corredores naturales, que tienen la misma temperatura en verano que en invierno.
Durante la guerra de 1914, estando “Reims” invadida y bombardeada por los alemanes, la mayoría de su población se refugió en sus sótanos. Esta gente que alcanzaba el número de 2.000 personas, permaneció allí 4 años sin tener conciencia de lo que pasaba sobre su suelo; y durante la epidemia de fiebre española que hacía estragos en la región, los que se refugiaban allí no sufrieron el menor mal. En aquellas viviendas subterráneas donde hoy se fermentan los vinos, hubo nacimientos, a pesar de la poca cantidad de aire que circulaba, y de la estricta alimentación con que podían proveerse. El edificio exterior fue totalmente destruido, pero los obuses del enemigo no llegaron a tocar las construcciones de “Pommery”.
Para llegar hasta el piso más bajo, descendimos 116 escalones y pudimos contemplar una serie de cajones de fierro donde se conservan las botellas durante 5 años, hasta que el líquido haya depositado los sedimentos que contiene. Otras galerías tienen la pared enteramente recubierta de una capa de botellas. Después que la uva es prensada y separada de la pulpa, el jugo se coloca en barriles y allí es fermentado, es decir, el azúcar del zumo se convierte, por propiedad de la naturaleza, en gas carbónico y alcohol. El jugo resiste a dos fermentaciones. A la segunda se le coloca en botellas, y como ya dije, antes de 6 o 6 años no se lo retira de su cajón, mientras la mano del hombre viene cada día a “remover”· su contenido, para que coloque sobre el corcho las impurezas que tiene.
Pasado este tiempo, se destapan las botellas y al retirar su tapón, sale un chorro de espuma, y con ella los sedimentos, dejando el vino completamente límpido. Se congela luego la espuma restante, y una vez asegurada su congelación se coloca o no el azúcar, según se quiera tener vino “bruto” o vino azucarado, de mesa.
Es interesantísimo ver aquellas operaciones y cuando yo saboreaba el delicioso champagne, brilloso y espumante, no me imaginaba que era necesario tanto tiempo para elaborarlo. Acompañamos al señor Floquet a su escritorio y allí nos hizo firmar el libro de oro, donde colocan sus firmas todos los que vinieron a visitar “Pommery”. Entre otras firmas notables estaba la de María de Rumania, la del príncipe Otto, la de Clara Bow, de Walter Disney, con su característico Mickey al lado de su nombre. Encontré también varias firmas de amigos de la Argentina.
Al salir del escritorio de Mr. Floquet donde habíamos probado todas las clases del “Pommery” y donde yo empezaba a tener la vista nublada por tan abundante y sabroso aperitivo, nos encaminamos al gran restaurante del “Lyon d’or” y tuvimos la sorpresa de encontrar al gran cancionista Tino Rossi, que en aquellos momentos hacía furor en Francia y el cual había llegado la víspera para debutar en “Reims”.
Por fin íbamos a visitar la célebre catedral, destruida en parte por el bombardeo de 1.914, pero reconstruida después de los desastres de la guerra. Su elegante silueta se eleva en medio de la ciudad, y a medida que se eleva, su forma gótica va afinándose, como dirigiendo al cielo su pensamiento puro, como espiritualizándose. Su fachada presenta toda una variación de esculturas del siglo XIII y XIV, sus paredes laterales parecen una puntilla de piedra, en el medio de la cual hay unos ángeles que despliegan sus alas. En el interior la auisencia de sus naves laterales dan al plano más claridad y armonía. Todo en aquel templo inmenso y secular inspira devoción y piedad. Sus estatuas rígidas y austeras, pero expresivas, orlan las paredes cubiertas casi totalmente de grandes cristales multicolores.
Luego de echar la última mirada a “Reims”, salimos de esta populosa ciudad para dirigirnos por segunda vez a la “ciudad-luz” y recorrerla de nuevo antes de partir definitivamente para la América del Sur. Pasamos por “Epernay”, admirando en aquella fértil región los viñedos del Marqués de Polignac, que se extienden a pérdida de vista.
Llegamos al pequeño pueblo de “Châtean-Thierry”, la ciudad natal del poeta “La Fontaine”, donde se levanta una estatua del célebre fabulista francés. Pasamos por “Meaux” que oyó en el siglo XVII los famosos sermones del gran predicador Bossnet, y de allí fuimos directamente a París, pasando por “Claye”.
El día había declinado cuando entramos en nuestra querida capital, ya iluminada por todas partes y como siempre, envuelta en su torbellino de fiebre y de vida mundana, siempre atractiva y risueña para los que vienen a mezclarse a su movimiento y a sus encantos.
Teresa Lecroq, 1936.

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