domingo, 15 de julio de 2007

Recuerdos de viaje (13)

CAPÍTULO 13: SITIOS ALSACIANOS

La región montañosa que cruzamos, tupida y húmeda, muy silenciosa y serena, inspira la profunda paz de los bosques y el camino grisáceo se pierde entre la frondosidad del follaje. Después de cruzar “Gex” llegamos a 1.300 metros de altitud, sintiendo el sosiego y la grandeza de los bosques.
Mudos de admiración y de alegría, contemplamos desde “Faucilles” el hermoso panorama que se extendía pálido y precioso detrás de las altas cuestas. El frescor que sentíamos nos obligó a bajar, y nos detuvimos en “Morez” para reconfortar nuestras fuerzas y calentarnos los miembros.
Anduvimos un buen trecho en las rocallosas montañas del “Jura” cuyos picos son redondeados, desgastados por la acción del tiempo; y luego cruzamos “Champagnoles” por el camino de “Salius-les-Bains, y al atardecer apercibimos dos fortificaciones a una buena distancia una de otra: llegamos a la tranquila ciudad de “Besançon”.
A medida que desfilábamos ante los paisajes franceses, noté lo que diferenciaba éstos de los suizos; en Francia colocan por todas partes, especialmente en la entrada de las aldeas, grandes avisos o reclames de publicidad que entorpecen la belleza y el encanto de las regiones típicas; en Suiza esto no sucede y por consiguiente ningunas letras rompen el encanto de sus sitios montañosos. Esta ausencia de carteles coloreados y llamativos, da más frescura y nitidez al aspecto.
A 7 Km. de Besançon, cerca del pequeño pueblo de3 “Cálese” se eleva una casa rodeada de grandes pinos: allí habitan unos amigos y allí fuimos a la mañana siguiente cuando todos los campos sembrados comenzaban a inundarse de sol.
¿Qué cosa curiosa había en “Besançon para visitar...?
Lo más indicado para ver es la “Citadelle”, un inmenso y viejísimo fuerte, construido sobre una colina elevada, a la entrada de la cuidad. Sirve de cuartel, y al cruzar sus largos patios y corredores, nos encontrábamos con un grupo de soldados que preparaban la comida de la sena, llegando hasta nuestro olfato un fuerte olor a sopa y a papas cocidas...
Uno de ellos nos acompañó hasta una gran terraza que servía de observatorio y allí dominamos enteramente el hermoso panorama de la ciudad. El “Dompo” la cruza por el medio, serpenteando sus aguas. El día estaba claro y veíamos todos los detalles. Otro fuerte enfrenta el nuestro, elevado también sobre un monte vecino; sobre las dos fortificaciones que se ven al entrar a Besançon, cuando se llega a “Morez”.
Saliendo de la “citadelle” nos dirigimos a la Catedral que fue en parte quemada durante la guerra y luego reconstruida.
Después de atravesar una hermosa región ondulada llegamos a “Belfort” cuando ya la noche estaba muy avanzada. Sentimos el no habernos quedado en Besançon para dormir pues las tinieblas que nos envolvían nos impidieron ver el panorama, y a medida que corríamos sobre la ruta gris, alumbrada por nuestros faros, trataba de percibir en la obscuridad el paisaje invisible.
Bajamos a la mañana siguiente a las calles de “Belfort”, y siendo día domingo fuimos hasta la vieja Catedral de San Cristóbal para oír misa. Ningún turista sale de Belfort sin admirar el “lion” grandioso, que domina la ciudad. Consiste en una inmensa obra escultural, construida sobre la piedra bruta de una gran roca, que representa un león acostado, levantando la cabeza con altivez. Fue elevado en memoria de los caídos en la guerra y desde un cierto punto de la ciudad aquella, enorme fiera que vela por los muertos, iluminada de noche con luces difusas, es un espectáculo imponente y produce un efecto grandioso.
Después de contemplar un buen rato el “león” del “Belfort” nos encaminamos hacia el pueblito de “Angeot” donde nuevamente nos esperaban unos amigos, que nos ofrecieron una amable acogida en un confortable “chalet”.
El día estaba hermoso y a la caída de la tarde salimos a dar un paseo por la gran ruta, para admirar la campiña del “territorio de Belfort”. Aquel terreno es pintoresco porque carece de uniformidad y su suelo ondulado tiene pendientes suaves, cubiertas por el pasto fresco y verdoso de aquella estación. A lo lejos se divisaba un frondoso bosque y yo aproveché de la bicicleta que me prestó una amiga para subir y bajar aquellas cuestas débilmente inclinadas, sobre las cuales la ruta se extiende dando unas grandes vueltas.
En esta región los paisanos son excesivamente pobres; no pueden pagar la mano de obra para sus haciendas y se contentan con cultivar un pequeño trozo de terreno para tener algo de comer. Mientras seguíamos nuestra caminata, vimos pasar un pelotón de ciclistas que seguían una carrera, organizada aquella tarde, y un camión hacía de retaguardia para recoger los que ya desistían. Había ya recogido unos cuantos que miraban sus a compañeros proseguir la ruta con coraje, mientras les caían gruesas gotas de sudor por la frente...
Nos despedimos de nuestros conocidos para emprender la ruta en dirección a “Mulhouse”. Cruzamos otra parte de la provincia de Alsacia, agradable y pintoresca, y cuando se acercaba la noche, llegamos a esa ciudad que fue alemana durante 48 años.
Nos contaban allá, que en Mulhause, o mejor dicho en aquel territorio alsaciano, existe particularmente una mentalidad alemana a causa al régimen al cual estuvieron sometidos sus habitantes durante muchos años; sin embargo a pesar de esto, la Alsacia tiene un gran parecido con el pueblo suizo a causa de sus costumbres, religiones y caracteres. Hoy día Alsacia preferiría ser alemana, como lo ha sido varias veces, que estar bajo el gobierno desorganizado de Francia, el cual, hoy día, tiende a ser “soviético”. Un día para otro, creen que esta provincia va a formar un pueblo separado para no verse tironeada de un lugar para otro, por Francia y Alemania. En esta región se pueden observar muchos tipos de sajones, se oye también hablar la lengua alemana por doquier, y en la calle los carteles son casi siempre inscriptos en el idioma de nuestros amigos del “Rhin”...
Mientras cenábamos estalló una tormenta, y la lluvia comenzó a caer con profusión, lavando las calles de la ciudad, mientras oíamos a lo lejos unos rumores amenazadores.
Pero a pesar de la lluvia, de los truenos y de los rayos, salimos a visitar la ciudad de “Mulhause”. Tiene edificios muy viejos, las cales son amplias pero el empedrado data de muchos años... Observamos exteriormente el templo protestante, y mientras nos refugiábamos bajo un puente de piedra que une dos casas, mirábamos el “Hotel de Ville”, uno de los edificios más hermosos de allí, pero muy raro en su construcción. Sobre su fachada vimos una cosa que nos llamó la atención: una cabeza esculpida de mujer, se halla suspendida por dos cadenas. Un señor amigo que nos acompañaba, nos explicó lo que aquello significaba: en tiempos pasados cunado una mujer calumniaba a su prójimo, se la sujetaba del cuello por dos cadenas de hierro y se la arrastraba por las calles de la ciudad... Hoy día, esta costumbre está en desuso, porque debe ser un suplicio muy violento...
Al pasar delante de una “brasserie”, llamada “Guillaume Tell”, construida en el estilo alsaciano, vimos que colocaron sobre la puerta varios escudos; uno de ellos tenía una rueda de molino y este objeto insignificante, recuerda de qué modo se echaron los cimientos a la ciudad de “Mulhouse”: en tiempos muy lejanos un soldado “galo”, habiendo sido herido, se refugió en un molino aislado donde vivía un paisano con su hija. Éstos lo recogieron en su modesta vivienda prestándole toda clase de cuidados, y el soldado ya restablecido, se casó con la hija del molinero. La familia se fue acrecentando llegando a formar poco a poco un pueblito hasta ser un buen día la ciudad de Lulhause, cuyo nombre quiere decir “mul”= molino, y hause= casa (mul-hause).
Seguimos nuestra caminata a través de las calles resbaladizas y algo enojados con el tiempo, regresamos al hotel.
Para subir al Monte “Víeil Armand” donde se halla un importante cementerio de soldados franceses, muertos en la última guerra, nos encaminamos primeramente hasta “Cernay” y desde allí subimos la montaña del “Harmanfvillerscoff” (Víeil Armand). El camino es espléndido, perdido en un bosque de pinos, pero el tiempo mohíno de aquel día no prestaba ningún brillo a la naturaleza.
Llegamos a la meta donde apercibimos un edificio bajo, moderno, marmoleado, donde se penetra por una gran puerta de hierro, que tiene de cada lado un gran ángel de bronce, como para velar aquella entrada, donde descansan los gloriosos de la guerra.
Penetramos pues en aquel recinto frío, silencioso y húmedo, lleno de inscripciones sobre los blancos muros y lleno también de flores, dispersadas sobre las tumbas. Se lo llama “ossuaire”, porque allí han enterrado las osamentas de los cadáveres encontrados en los campos de batalla.
Detrás de este cementerio, hallábase un campo sembrado de cruces, donde la bandera francesa se eleva en medio bendiciendo a los que murieron por ella. En este cementerio has sido depositado los soldados cuyos cadáveres han sido encontrados enteros. Más lejos se ve una gran cruz negra, y a sus pies las trincheras de los franceses. Hubiéramos querido ir hasta allá, para descubrir el sitio donde tantas vidas humanas se perdieron, pero la lluvia caía persistente y se obstinaba en cortarnos camino.
Qué recuerdo doloroso para aquella provincia ese panteón inmenso donde se hallan aun vivas, las escenas de las últimas luchas que dejaron tantas viudas, tantas familias en la desolación...! Aun no habíamos visto los recuerdos más terribles de aquella guerra, expuestos en los campos de “Verdun” que presenció los combates más sangrientos...!
Bajamos nuevamente la montaña por un hermoso camino que nos condujo a Mulhouse y algunas horas más tarde, en dirección a “Strasburgo”.
Antes de penetrar en esta ciudad nos detuvimos en el grandioso castillo del “Haut-Koëisburgo” situado a 1.400 metros de altitud, donde se domina la gran llanura de Alsacia que fuimos cruzando, para llegar hasta él.
El “Guide Michelin”, un compañero inseparable del turista, nos recomendaba de no cruzar esa región sin ir a ver el antiguo y gracioso pueblito, perdido en aquellos sitios, que perteneció por el espacio de medio siglo a Alemania y que aun guarda muchos vestigios de esa dominación, por sus costumbres y por el dialecto que hablan sus habitantes.
En medio de esa pobre y viejísima aldea, se eleva una gran puerta que une dos casas y que data del siglo XI! Encima de ella han incrustado un enorme reloj y está agujereada por varias ventanitas cuadrangulares, coquetamente arregladas con cortinas cuadriculadas. De esas ventanas, repetidas en todas las otras fachadas, penden hermosos ramos de flores que alegran esas habitaciones derruidas y pobres.
Dirigimos la palabra a varios paisanos que se encontraban allí, pero parecían no entender, y entre ellos hablaban un idioma muy extraño.
Subimos la montaña del “Haut-Koëisburgo” para visitar su castillo implantado en la meta de la misma. Habiendo sido destruido por la guerra y deformado también por la acción del tiempo, esta enorme mansión fue reconstruida de acuerdo con antiguos planes y emplearon 8 años para rehacerla.
Mientras penetrábamos en sus vastas habitaciones un guía nos iba explicando la historia del viejo castillo, muy interesante por cierto, pero sentíamos mucho miedo al vernos en esos enormes patios de piedra, silenciosos como un sepulcro, y al entrar en esas tremendas piezas, obscuras y frías, donde la atmósfera parecía más pesada y las sombras más grandiosas.
Estas piezas ostentaban hermosos muebles de de estilo alsaciano que yo hasta ahora no conocía.
Según la historia, Guillermo II, venía una vez al año en el mes de mayo, para almorzar, pero nadie habitó en él. Fue sin embargo, una importante fortificación durante la guerra. Desde las estrechas ventanas de su torre, donde antaño los guerreros observaban a su alrededor las maniobras del enemigo, pudimos contemplar un hermosísimo panorama, que mostraba la gran llanura (francesa) de Alsacia, donde habían esparcido a la redonda, los típicos pueblitos.
Bajamos el hermoso camino de aquel monte abierto en la espesura de un frondoso bosque,, y después de andar un buen trecho sobre la gran llanura francesa, pasamos por “Celesta” y llegamos a “Strasburgo”.
Nos levantamos temprano al día siguiente para tener tiempo de visitar la ciudad antes de partir definitivamente de aquellos lugares.
Comenzamos por visitar su espléndida catedral, que muestra una sola aguja, majestuosa e imponente, elevándose hacia el cielo y sobrepasando como una afilada flecha el grupo de rústicas casas alsacianas que se hallan a su alrededor. Su fachada es una inmensa puntilla de piedra y sus viejas estatuas denotan un sublime trabajo de artista.
El entrar en su vasto interior uno se siente muy pequeñito al contemplar ante nosotros esa fila de columnas gigantescas y uniformes que se elevan muy altas, hasta perderse en la bóveda del cielo raso.
Un hermoso púlpito llamó mi atención; era esculpido, por lo visto, con una minuciosidad sorprendente. Los cristales de las inmensas rosáceas dejaban pasar la luz del día a través de unos vidrios multicolores, que formaban infinitos dibujos, relativos a la historia santa. Cuando estábamos en esa iglesia comenzaron a tocar el órgano y aquello era una música tan suave y tan agradable, que me hubiera quedado horas enteras para escucharla. Las notas de ese gran instrumento resonaban en las paredes de piedra y de vidrio, causando un sonido dulcísimo. Cuando salimos ya no era el órgano el que oíamos, sino el acompasado ruido de las campanas de la catedral que anunciaban las horas.
Fuimos a echar un vistaza en el barrio de “la vieille France” donde se eleva un grupo de viejas casas, de puro estilo alsaciano, en medio de las cuales se deslizan las corrientes del canal que une el Rhin con el Ródano. Al mirar las construcciones de la Alsacia, me parecía ver las casitas de la Normandía, cuyo estilo, a mi parecer, tiene mucha semejanza.
Salimos de “Strasburg” para dirigirnos a la frontera, levantada por el Rhin y admiramos desde la orilla francesa el aspecto de las regiones alemanas.
El día era hermoso y al bajar por un pequeño sendero que bordea el río, se veía claramente la otra ribera que para todo turista es tan difícil de pisar. El gran puente de Khel atraviesa el Rhin y de cada lado se levantan las banderas fronterizas.
Volvimos sobre nuestros pasos y emprendimos la ruta en dirección a Nancy, parándonos antes en el “Mont Saint Odile” pues no queríamos dejar la hermosa provincia de Alsacia sin visitar el convento de la Patrona de los alsacianos.
Después de reconfortarnos en la posada de “Clos-Saint-Odile” en el pueblo de “Obernai”, ascendimos el plegamiento de los Vasgos, internándonos en una bella región rocosa y típica.
Desde arriba, en el jardín florido del monasterio se contempla el panorama de la llanura, desde una altura culminante, haciéndonos la impresión de estar viajando en avión. Los pueblos se hallan de nuevo esparcidos a cada 7 u 8 Km. de distancia unos de otros.
El convento de Saint Odile data solamente de 1934; en medio de un gran patio cerrado se halla una gran estatua de la Santa. Bajamos nuevamente los Vasgos, contemplando toda aquella naturaleza semi-exótica, toda impregnada de distintos aromas.
Tiene un aspecto muy diferente de aquellas regiones montañosas de los Alpes, y es llamada “la Selva Negra” a causa de la abundancia de árboles que recubre su suelo y no permite a veces, que la luz del sol pase por su espeso follaje.
Solo la ruta iluminada se destaca de esa vegetación como una larga cinta blanca entrelazada en la montaña. A veces parece que han construido en ese palacio de la naturaleza, una larga fila de pilones delgados y simétricos a pocos centímetros de distancia, y todo aquello cubriendo grandes cuestas montañosas hasta extenderse también sobre las cimas y tapar cpon su mando verdoso, las metas desgastadas de estas montañas redondas.
Saliendo de estos lugares algo misteriosos y llenos de encanto, entramos en una región ondulada, verde, sin árboles, semejante a los paisajes suizos donde la presencia de los “chalets” ponen una nota alegre.
Dejamos detrás nuestro, la típica Alsacia y ya entramos en la Lorena, parándonos en la vieja ciudad de Nancy mientras decaía suavemente el día y la noche nos traía su frescor.
Teresa Lecroq, 1936.

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